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sábado, 20 de marzo de 2010

** 37 Donna Nook, un paraíso amenazado por sus propios amantes los Fotógrafos. El Paraíso de la Focas





    Por:Javier Martín González y Helios Dalmau


    La excesiva afluencia de visitantes, principalmente fotógrafos, puede estar causando molestias a las focas grises que cada año acuden a dar a luz y aparearse en la reserva de Donna Nook, una nueva Meca que congrega a cientos de profesionales y aficionados a lo largo de los meses de noviembre, diciembre y enero. Una excesiva frecuentación también parece haber disminuido el encanto especial de la colonia, en la que se podía vivir una auténtica experiencia salvaje con relativa facilidad.


    En su blog, Oriol Alamany ha publicado un comentario en relación a su última visita a Donna Nook, a primeros de diciembre de 2009: “En estos días asistimos a algún acto irresponsable que causó molestias en la colonia, además de perjudicar el trabajo de otros compañeros (…)

    Un comentario que se oía entre los que ya habíamos estado allí en ocasiones anteriores era que los animales estaban ahora más desconfiados y que la experiencia personal de la visita ya no era la misma.”



    Tras más de tres décadas fotografiando animales salvajes, a Oriol Alamany no le caben en la cabeza algunas malas prácticas por parte de algunos de sus colegas. Así expone su perplejidad: “Se supone que los que practicamos la fotografía de la naturaleza lo hacemos porque nos gusta la naturaleza.

    Por lo tanto, debemos ser los primeros en respetarla y anteponer la seguridad de los animales a la obtención de cualquier imagen.

    Es por eso que me sorprende tanto observar a personas a las cuales parece que lo único que les importa es disparar una fotografía a cualquier precio. Y no sienten respeto o consideración alguna por el sujeto.

    Esta gente es la que da mala fama a nuestro oficio/afición.”


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    Otro de los primeros visitantes hispanos de Donna Nook, Marcos G. Meider, corrobora esa impresión negativa: “Ya he visto más de una imagen por la red, posterior a mi primera visita, de gente que ha estado por Donna Nook, donde se muestran "fotógrafos" acariciando a crías de focas grises. Personalmente considero deplorable este tipo de actitud.

    Me parece que no sabemos distinguir entre (…) disfrutar de este espectáculo salvaje, siempre y cuando estemos comprometidos a mantener una actitud responsable y ética con estos animales, y una feria de pueblo donde sólo por el hecho de poder estar tan cerca de estos animales ya podemos hacer lo que nos plazca.”



    Ciertamente, varios fotógrafos asiduos han convenido que en 2009 las focas parecían mas agresivas y distantes y han observado un incremento exponencial del numero de visitantes, lo que hace aumentar el numero de comportamientos inadecuados o incluso estúpidos como acosar o tratar de provocar una reacción agresiva en los animales.


    Focas sensibles a la presencia humana


    El testimonio de Alamany y Meider demuestra que hay visitantes de las colonias de pinnípedos que no disponen de la información o del sentido de la responsabilidad necesario para realizar un trabajo fotográfico sin causar molestias o incluso poner en peligro la vida de los cachorros y la reproducción en la colonia.

    Como en toda actividad humana, antes de empezar hay que saber donde se encuentran los límites.



    Donna Nook, un paraíso amenazado por sus propios amantes



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      La sola presencia humana es, de por sí, una intromisión en un espacio y una época crítica: la del nacimiento de las crías y posterior apareamiento entre machos y hembras.

      La mayoría de los comportamientos perniciosos observados provienen, seguramente, del desconocimiento, de no tener presente que se trata de animales salvajes que pueden abandonar a sus crías o interrumpir la procreación si sienten miedo.



      Merece la pena recordar que la colonia de focas que en origen se ubicaba en Donna Nook desapareció décadas atrás a causa de su difícil convivencia con la población local.

      El aprecio de los valores naturales no era muy común ni extendido en aquellos tiempos. La recuperación de la colonia se produjo de forma inesperada y sorprendente a partir de la instalación de un campo de tiro y una base de la Royal Air Force.

      Sí, hubo y continúa habiendo vuelos de reactores, disparos y enormes dianas o otras señales en los bancos de arena, pero se esfumó la principal molestia, la continua y repetida frecuentación humana en la zona, al convertirse ésta en una área prohibida.

      Poco a poco, con el paso de los años, la colonia resucitó y posteriormente las autoridades militares y medioambientales acordaron una fórmula de gestión para el renacido santuario de vida salvaje.

      Una pequeña franja de litoral se declaró reserva natural en 2002, accesible siempre que no hubiera maniobras ni otras necesidades militares, lo que normalmente se produce los fines de semana.

      En Donna Nook se distinguen dos zonas. La primera, la más alejada del mar, se encuentra entre las dunas de la playa y está delimitada por cordones y una pequeña valla de madera.

      Aquí es donde se concentra la inmensa mayoría de nacimientos y donde las madres e hijas se sienten más seguras, a pesar de alguna ocasional lucha entre grandes machos.

      Se pueden obtener buenas fotografías en esta parte, pero los límites son infranqueables y acostumbran a estar vigilados por guardas y voluntarios de la reserva.



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      La segunda mitad del territorio se encuentra en una enorme planicie intermareal separada del ímpetu de las olas por una barra de arena que emerge más o menos en función del estado del mar y de las mareas.

      Y es precisamente aquí, donde más expuestas están las crías a todas las amenazas y donde los machos dominantes se aparean con las hembras, el lugar con más concentración de fotógrafos.

      El motivo, la libertad de movimientos que permite disparar desde todos los ángulos, incluso desde dentro del agua, y acercarse a los animales.



      Es de suponer que ciertos sectores han visto entusiasmados el constante incremento de visitantes al condado de Louth y sus aledaños en la “temporada de focas”, en otoño-invierno, una mala estación turística en el Mar del Norte.

      Es de suponer también que dichos sectores sociales hayan expresado a las autoridades su deseo de limitar lo menos posible el acceso público a Donna Nook.

      Pero tras años de crecimiento constante del número de nacimientos en la colonia, se ha comprobado que en la barra de arena, la parte más expuesta a los temporales y al contacto más estrecho con los humanos, sobreviven muy pocos cachorros.

      En esa zona, donde la mortalidad ya es de por sí muy elevada, las molestias que se ocasionan pueden tener aún peores consecuencias. Todo el mundo debería entender y aceptar que la capacidad de acogida de Donna Nook, y la de cualquier otro lugar, no es ilimitada y que, tarde o temprano, habrá que imponer una cuota máxima, un aforo.

      Si bien la capacidad de crecimiento de la colonia de Donna Nook no parece haber alcanzado aún su techo, en la zona del banco de arena las cosas no pintan igual.

      En 2007 el número de crías fue de 1.194 y en 2008, de 1.308. El pasado 6 de diciembre de 2009 ya se contabilizaban 1.154 cachorros.

      Sin embargo, todas estas cifras se refieren exclusivamente a la zona de reserva delimitada e impenetrable para el público.

      En la barra de arena se ha detectado un proceso contrario; cada vez hay menos crías en el periodo álgido de la temporada y, lo que puede ser más grave, las cópulas entre machos y hembras se pueden ver seriamente perjudicadas.


      Prevenciones básicas


      Incluso en una colonia de focas presumiblemente “acostumbradas” a un relativo contacto con los humanos debemos minimizar los efectos perniciosos del mismo. Nunca está de más recordar que el principio básico, el primer mandamiento para todo fotógrafo de naturaleza, es que la vida del sujeto es más importante que la consecución de la fotografía que queramos obtener.

      No siempre actuamos de acuerdo con dicha premisa, ya sea por mala práctica consciente, por ofuscación momentánea, distracción o de manera inconsciente por falta de información o conocimientos.

      En ninguno de esos casos se justifica una actuación irresponsable, la haga un profesional equipado con un supertele o un aficionado con una cámara compacta.


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      Obtener información previa es, pues, el primer requisito que hay que cumplir. Conocer lo máximo posible sobre la especie y su territorio.



      A parte de ésta, se pueden enumerar algunas prevenciones básicas que deberíamos de seguir.

      1 – Durante las primeras semanas de vida, los cachorros de foca son absolutamente dependientes de su madre, por el aporte de la leche materna y por la protección que les proporcionan frente a la agitación de los machos, deseosos de que acabe el período de cría y se pase al de apareamiento.

      Interferir o interrumpir el contacto madre-cría puede resultar fatal.

      Por ello hay que respetar escrupulosamente la distancia de seguridad que cada madre establece.

      Al primer signo de alarma, deberíamos interrumpir el avance, dar unos pasos hacia atrás y agacharnos.

      Si vemos que las focas recuperan la tranquilidad, podremos empezar a trabajar a esa distancia.



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      2- Si nos estiramos en el suelo, además de conseguir interesantes puntos de vista fotográficos, podremos ofrecer una menor sensación de amenaza a las focas. Y, respetando, podríamos tratar de aproximarnos.

      Si notamos de nuevo una señal de alarma, se impone una pausa, pero siempre será mejor detenerse antes de que el animal se inquiete y así también asegurar la obtención de algunas tomas.

      En el momento de retirarnos deberíamos proceder con la misma cautela; retroceder y levantarnos sin movimientos bruscos o repentinos.



      3 – En cualquier caso, jamás nos interpondremos entre una madre y su cría ni provocaremos su separación.

      4 – Un cachorro solo o aislado no está necesariamente abandonado. Lo más probable es que su madre se encuentre en el mar o relativamente cerca, si no ha sido ahuyentada por alguien.

      Las madres localizan y reconocen a sus crías como tales por el olor, entre otros sentidos. Si se nos ha ocurrido tocar a una cría, podemos haberla condenado al abandono y la inanición ya que la habremos impregnado con nuestro propio olor, aunque cueste de creer.

      Casos así se dan cada año con focas grises y comunes. Algunas, las menos, tienen la suerte de ser rescatadas y trasladadas a centros de recuperación, como el ubicado en el cercano pueblo de Mablethorpe.

      Por tanto, nuca, nunca, nunca, tocaremos a una cría de foca. Las focas no son mascotas ni ositos de de peluche.

      Deberíamos de resistir la tentación de tratarlas como tales. Tampoco debemos tocar a los adultos, entre otras cosas por qué nos podríamos llevar un buen susto en forma de dentellada.

      5 - Si creemos que hay un animal en peligro, lo mejor es informar a los guardas y voluntarios que encontraremos en la zona delimitada con vallas.

      6 – Tampoco deberíamos dar nunca de comer nada a las focas.



      7 – Si somos un grupo de fotógrafos, deberíamos elegir objetivos diferentes y dispersos. Evitemos siempre rodear a un mismo individuo. Dos personas acercándose desde dos direcciones distintas pueden provocar temor hasta en el macho más imponente y su huída desesperada hacia el mar, abandonando su posición, ganada a base de mucho esfuerzo y sangre.



      8 – Los machos dominantes se desgastan enormemente defendiendo su territorio con movimientos y carreras intimidatorios y peleando fieramente con otros machos.

      Seguramente podremos aproximarnos a ellos con cautela pero también desistiremos si vemos que dan señales de querer emprender la huída. En cualquier caso, no se debe perseguir ni asediar a ningún animal.

      Este punto no es menos importante que los anteriores. Interferir en las cópulas o cualquiera de las fases del ciclo reproductor de las focas puede acarrear, a largo plazo, consecuencias negativas tanto en la productividad como en el proceso de selección natural de la especie. Esto es muy importante tenerlo en cuenta.

      9 - A veces acuden grupos de visitantes que se mueven juntos, con o sin guía. En casos así, si se desea mantener al grupo compacto, se debería incrementar la distancia de separación con las focas y no invadir el espacio de trabajo de otro fotógrafo.

      La compañía de un colega que elige el mismo sujeto y se sitúa a una distancia prudente, no acostumbra a molestar a nadie, pero un grupo compacto tiene un impacto mucho mayor.

      Tratemos de respetar la interacción y la confianza que se haya establecido entre un compañero y el animal que esté retratando.


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      10 - Es bastante improductivo e inútil correr de un lado a otro intentando abarcar la totalidad de la colonia. Además crearíamos intranquilidad constante en las focas y podríamos afectar el trabajo de otros fotógrafos.

      Lo ideal sería llegar antes de la salida del sol (las mareas lo permiten casi siempre) elegir una hectárea y no moverse mucho. Cerca del rompiente de las olas, las focas se sienten más seguras y su curiosidad innata hará que incluso se aproximen a nosotros.



      11 – En todas las colonias de pinnípedos, el acceso de los animales al agua es importantísimo. Es realmente su medio, en el que se desenvuelven mejor y se sienten más seguros.

      Podemos acercarnos a la orilla e incluso meternos dentro del agua, pero cabe estar atentos a los individuos que tengamos a nuestra espalda para facilitarles su camino al mar si se dirigen hacia él.

      Con algunas especies de pinnípedos puede llegar a ser muy peligroso interponerse entre los animales y el mar.

      12 – Si se utilizan objetivos angulares, el acercamiento y nuestros movimientos deberían ser lo más pausados posible. Y tengamos presente que existe el mismo riesgo de asustar a un macho adulto o a unos jóvenes emancipados que a una pareja madre-cría.

      13 – El sentido común nos lo debería dictar, pero aún así hay que advertir que está prohibido llevar perros, aunque estén atados. También es desaconsejable llevar menores a determinadas áreas donde se puedan abalanzar inconscientemente sobre los animales.

      Estas premisas no son exclusivas para Donna Nook o las colonias de pinnípedos. Las mismas o similares deben regir nuestro comportamiento y actividad en cualquier espacio natural.

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      Hermanados con las focas

      El recuerdo de mi primer encuentro con las focas de Donna Nook es indeleble. Mientras amanecía avanzábamos en silencio por una gran llanura intermareal y lo hacíamos directamente hacia mar abierto.

      Las dunas de la playa habían quedado atrás, cada vez más lejanas. Sólo la visión de la torre de control de la base militar nos reconfortaba algo.

      Nos persuadíamos de que estábamos siendo observados por un diligente oficial de la RAF y que al menor atisbo de peligro una patrulla acudiría en nuestro auxilio.

      Caminábamos sobre lodo resbaladizo con el agua a media pantorrilla y mar adentro en dirección a un horizonte en el que no se divisaba signo alguno de la supuesta colonia de focas grises.

      Esa dirección nos la habían indicado nuestros compañeros anglo-españoles que, sin explicación aparente, aún seguían en el aparcamiento trajinando con el equipo ¿Serían capaces de gastarnos una broma así?



      Por fin, entre el cielo y el agua teñida por los azules del alba, apareció una delgada línea de materia sólida, más allá de unas dianas de tiro enormes y llamativas.

      No fue hasta alcanzar la barra de arena que divisamos las primeras siluetas de las focas tumbadas tan tranquilas.

      Una vez en pié sobre el banco de arena, asistimos al despertar de la colonia.

      El viento nos acercó las voces de los ejemplares más alejados y observamos la extensión del estrecho y alargado paraíso: centenares de machos, de jóvenes juguetones, de madres y crías, se repartían en un arco de 180 grados frente a nosotros.

      A los pocos segundos, mientras aún estábamos montando los equipos, el cielo se convirtió en un Apocalipsis meteorológico.

      Viento racheado proyectó millones de granos de arena húmeda imposibles de detener.

      La lluvia y el granizo nos paralizaron en medio de la nada. Sin un lugar dónde refugiarnos o parapetarnos, en nuestra soledad desamparada nos sentimos hermanados con aquellos otros seres que nos devolvían la mirada y seguían con sus cánticos indescifrables.

      Cada vez nos íbamos pareciendo más a las focas, bultos inmóviles y rebozados en arena.

      Tal como apareció, la tormenta se deshizo y una luz limpia y clara inundó el litoral. Recuperamos el fuelle y nos pusimos en marcha.

      Pronto nos dispersamos. Cada uno iba por su lado y las horas pasaban zumbando.

      De vez en cuando te cruzabas con un colega y no hacía falta intercambiar palabra alguna; sólo con la mirada cómplice ya nos transmitíamos la sensación de estar viviendo una experiencia vital intensa y excitante.

      Las luces fantasmagóricas del ocaso guiaron nuestro regreso a la costa. La civilización estaba a poco más de media hora, pero parecía tan lejana… Chapoteando en el lodo descargamos mentalmente las tarjetas o rebobinamos los carretes disparados (sí, algunos aún usábamos película entonces).



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      Como en los partidos de rugby, hubo una continuación de la dura jornada en la taberna de Noth Somercotes frente a una pinta de cerveza. Había ambiente de barrio, crepitar de un hogar de leña y muchas ganas de comentar y compartir lo vivido.



      El día siguiente se inició con una sorpresa mayúscula. Unas extrañas huellas marcadas en el lodo señalaban un rastro inequívoco hacia el banco de arena.

      Esta vez no éramos los primeros, alguien nos había tomado la delantera. Pero… No podía ser, parecían huellas de zapatos con… ¡tacones! Poco después obtuvimos la respuesta: una joven fotógrafa se paseaba por allí en botines y con los tejanos empapados.

      El resto de la jornada se fue cargando de tristeza. Éramos conscientes de que el próximo amanecer ya no estaríamos arrastrándonos sobre la arena embestidos por el viento sino camino de un lúgubre aeropuerto de segunda al norte de Londres.

      Durante el vuelo de regreso, cerré los ojos y me trasladé de nuevo al frío y húmedo banco de arena de Donna Nook. Volví a escuchar el canto de las sirenas.

      Ahora recuerdo con nostalgia y agrado aquellos días, lo que disfruté haciendo fotos y descubriendo otra forma de vida.

      Pero lo que más me satisface es pensar que dejamos intacto aquél pedazo de tierra emergida del mar.

      Ocupamos sin permiso casa ajena y supimos abandonarlo causando muy pocas molestias a sus moradores.

      A finales de enero de 2008 volví por segunda vez. En esa época tardía sólo quedaban unos trescientos ejemplares y estaban muy agrupados. Algunas focas tenían entonces poco más de tres años y me miraban curiosas, aparentemente contentas.

      Pensé que bien podían ser alguno de los cachorros que observé haciendo monerías en sus primeras horas de vida, todavía con el cordón umbilical de un rojo intenso colgándoles del ombligo.

      Tres años después volvíamos a estar allí, tumbados frente a frente, husmeando el aire salobre del mar. Os aseguro que no hay fotografía que pueda igualar esa sensación.

      Helios Dalmau
      AUTOR/ES




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